En 1874 Manuel M. Flores conoció a Rosario de la Peña. Desde entonces y hasta el dia en que el poeta murió padecieron un amor trágico y doloroso: ella, rodeada de admiradores, reclamaba la presencia de su amado; él, la amaba sufriendo las limitaciones que le imponían la sífilis y una ceguera progresiva. El romance, aunque apasionado, fue más bien epistolar. Esta edición, prologada por Marco Antonio Campos, incluye testimonios y comentarios de Altamirano, Menéndez Pelayo y Urbina, entre otros de sus contemporáneos.