Maldonado, Uruguay, pervive en la memoria del autor como un poblado de tan sólo dos calles centrales y diez mil habitantes, donde en los cuarentas vivió experiencias entrañables con obreros, comerciantes y otros personajes del lugar. Estos recuerdos le sirven para contar historias de vida: el sacerdote que levantó la iglesia, el peluquero al que se acercan para escuchar anécdotas, el ateo que causa resquemor en la fe de los otros, el borracho que recita a Zorrilla, los gitanos que llegan cada año, etcétera.