Conocedor de no pocos rincones soslayados del alma, Toribio sigue con certidumbre caminos, huellas no convencionales, atreve paradojas de comportamiento, sustenta congruencias, se introduce en áreas vedadas, descubre ante nuestra vista y nos pone en las manos hilos de Ariadna que nos traen y nos alejan y nos regresan sin posibilidad de escape por laberintos, lo mismo hechos de afanes que de desolación, de duelos vitales que de salvajes desengaños. Así es la vida, parece decirnos entre enjundioso y quitado de la pena Toribio desde los cuentos de Destiempos del sino. Así de lacia y depredadora y canija y nostalgiosa es la vida, a veces igual que una perra callejera y a veces semejante a un edificio en obra negra y a veces liviana y resonante como un danzón de ritmo lento que se nos chicuelea en la sangre bajo los guiños seductores de una noche chorreante de estrellas.